Estaba esperándola. De a poco fue apareciendo entre las nubes y de repente... nada especial (al menos para mí). Pasmada por no haberme maravillado por el tamaño poco habitual de la Luna, me empeñé en repetirles a mi novio y a todos mis amigos -y a sus hijos- que continuaran mirándola. No me prestaron atención, ni a mí ni al único satélite de la Tierra. Entonces recurrí a Paul, de cinco años, que me sorprende siempre con su mirada sensible sobre la vida, para preguntarle qué opinaba. "No tiene nada de especial", me respondió. De todas formas, no pudimos dejar de admirarla. Y me siguió toda la noche: en la casa de los Herrera, en la fiesta en La Sodería y al llegar a casa. ¿Y qué me generó? Verdaderamente nada, aunque me acosté con una pequeña contractura en el cuello.